Estoy Chato.

12:41 0 Comments


Agradesco a [http://jorgogi.blogspot.com] por la foto.

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Estoy harto de la gente que no sabe leer. Que con suerte pueden unir dos vocablos para terminar con un "weón".

Estoy harto de los dolores musculares. Siempre ahí, hinchándome la vena e impidiéndome el frenesí.

Estoy harto de la gente que no se inscribe en los registros de votación. Inculto pueblo que desconoce su poder si se une.

Estoy harto de los ejecutivos de corbata y terno. Hipócritas del nuevo milenio.

Estoy harto de las cervezas en lata. Obtienen un sabor no característico de ellas y pierden toda la magia.

Estoy harto de las incapacidades. Hay veces que uno desea hacer algo y simplemente NO PUEDE por culpa propia; y no es algo que se elija, como una idea o un pensamiento, es algo con lo que se nace.

Estoy harto de la gente inconsecuente. Aprendan a vivir vidas reales.

Estoy chato de ti.

Buscando mi Tesoro

17:42 4 Comments




¿A quién no le ha pasado que le gustaría saber qué pasa consigo mismo? Quizás, descubrir un mapa propio. Sí, un mapa de cada uno de nosotros sería útil. Un instrumento con el cual guiarte, saber cuándo tienes que pasar por un mar de soledad, quizás un desierto de indiferencia, a veces cruzar selvas de desesperación o valles de alegría, pampas de descontrol, ciudades de carrete, suburbios del caos, cafés de bohemia, tocatas de mosh... todo y cada uno de estos lugares-experiencias para lograr llegar al tesoro tan deseado, el tan anhelado norte. Pero, ¿cuál es tu norte? Eso te lo dice tu mapa, ¿cuál es tu tan deseado tesoro? Quizás... y solo quizás, tu tesoro cambia a través del viaje.

Primero, hay que partir del punto básico de que hay un norte, sólo así puedes emprender esta gran travesía qué es la vida. Si no posees una meta (por muy minúscula o gigantesca que sea) estás cagado, cagado sobre mierda. Ahora, asimilando eso, debemos guiarnos por nuestro mapa-ruta-de-la-vida para llegar al punto qué queramos llegar, el cuál, supuestamente, es el norte. Pero, ¿qué pasa cuándo tu norte está difuso? Y ni siquiera por la infinidad de trabas que tuvimos que pasar para llegar a esto, si no tal vez... porque al abrir el cofre de tu tesoro, ya has cambiado de ideal con la experiencia de vida que has presenciado.

Poesía

12:32 2 Comments




Esto se lo escribí para mi primera polola.

Pasó el tiempo y me ví en la necesidad de modificarlo. Primero va la génesis y luego la mejora. Una tarde en la línea le pedí que me lo prestara para reescribirlo y convertirlo en una obra de arte.

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Busco desesperadamente
a una persona de nombre
que no me atrevo a decir,
su rostro puede iluminar
más que la misma luna
en la noche más desolada,
y su risa puede animar
al más deprimido ser.

Sus bellos ojos,
reflejan su alegre persona
y su encantadora voz,
llena el vacío de mi alma.

Su cabello brilla
junto a su inagotable esperanza
y su simpatía,
encanta hasta al más deprimido ser.
Aunque yo la amo
sé que no será mía.

Zeldrey D'Sleyer 2006




Busco desesperadamente entre las calles
entre los muros, los baches
de mi corazón
una persona que me entregue la razón.

Su rostro puede iluminar
mis tardes al pasar
y su sonrisa es el mejor calmante
al dolor incesante.

Su mirada decisiva
lenta e inquisitiva
cohibe hasta los bohemios
a los locos y desaforados.

Pese a sus virtudes
y encantantos
me atrae y me repele,
en este juego infinito
y decisivo.

Pese a que la deseo
sé que ya ha sido mía, al menos
momentáneamente.

Elías Almeyda 2009.

Noche de Campanas.

12:08 2 Comments



Lo escribí para el Cuento Varas del 2008. Quedé súper conforme con el resultado, pero a los jueces no les pareció.


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Doce Campanadas. Estoy esperando en este pequeño espacio, pensando en por qué estoy aquí, por qué no estoy. No logro encontrar respuesta. Busco la salida, muchas paredes, muchos barrotes.

Once Campanadas. Es de noche y siento frío. La celda de piedra es húmeda, aparte que tiene una ventana con fierros al descubierto. Puedo ver a través de aquella mirilla, hermosa luna que se cierne sobre nosotros.

Diez Campanadas. Había una mujer, estoy seguro. Era rubia, bonita sonrisa y mejor presencia. Sentía algo por ella ¿o no? ¿Amor? No logro discernir. ¿Qué era de mí? ¿Pareja? No sé ¿Hermana?

Nueve Campanadas. También había un hombre. Me parecía que tenía una apariencia arrogante, aire de que se creía con la capacidad de ganarle a medio mundo, aunque no tenga ningún título en el cuerpo.

Ocho Campanadas. Seis pasos a la ventana, mirada afuera, viento en la cara; seis pasos devuelta. Hablaron de hacerme pagar. Putas lacras con armaduras brillantes, ¡¿qué fue lo que hice?!

Siete Campanadas. Mucha rabia, ira capaz de maltratar, de herir… de matar. Me doy cuenta de las heridas en los brazos, son cortes no tan profundos que aún no cicatrizan… sangran.

Seis campanadas. ¿Hay una iglesia? Ahí, a través de la ventana, junto a la plaza. También hay una estructura de madera ahí. Pilares paralelos que son cruzados por otro poste, una cuerda baja. Las nubes lo cubren todo.

Cinco Campanadas. Quiero correr Quiero correr Quiero correr Quiero correr Quiero correr Quiero correr Quiero correr Quiero correr Quiero correr Quiero correr.

Cuatro Campanadas y el sol salió. Se acaba la noche y otras esencias también.

Tres Campanadas. Los pasos comienzan a surgir y la vida en mi penitenciaria igual. Los barcos llegan y se encayan al puerto, las gaviotas comienzan su vuelo otra vez, los comerciantes ponen sus matutinos puestos de venta… Cómo si nada cambiara; como si un nacimiento no modificara en nada, como si una muerte modificara todo.

Dos Campanadas. Hay seis pasos a la ventana desde la cama. De la cama a la pared, cuatro y medio. De esa pared a la otra, cinco y tres cuartos. De mi celda a la del lado hay 68 kilos de concreto. De mi celda a la sala del oficial, apenas 28 pasos y dos guardias armados. De esa sala a la plaza, tres escalares de 12, 14 y 12 peldaños y 62 pasos. De mi actualidad a la libertad… no hay distancias.

Una Campanada y me acabo de dar cuenta que estaba contando hacia atrás las horas.

La puerta se abre y entra el soldado, me encadenan y arrastra por el estrecho pasillo; mientras veo los pálidos rostros del resto de los reos aferrados a sus barrotes. Ya afuera, los rayos del sol me queman los ojos mientras recibo los escupitajos de e improperios del público presente.

Ya cuando estaba con la soga al cuello (pero antes de que el piso se me fuera) recordé que la dama se llamaba Amelia, que yo fui su novia tres años al escondite; por su diferencia social conmigo. El petulante bastardo tenía de nombre Manuel, el imbécil que le correspondía según su casta… le dí dos estocadas y tres tiros con pólvora ¿Ella? Solo fue necesario un gatillazo en la sien.

Y ahora que lucho contra el no-aire que trata de entrar a mis pulmones, me doy cuenta de que soy libre y no hay razón para combatir.