Te vistes y te vas.

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Tomando en cuenta que no hay nada que decir no me preguntes más. Pensando un poco en lo que has visto ya de mí te puedes arrancar

Tú sabes como me gusta a mí, un par de copas antes que ti. Te crees algo muy especial; te vistes y te vas. Nada más que hablar

Te he visto abrirte sin dudar de par en par después de anochecer. Me has dicho todos tus problemas a pesar que no me enteraré.

No esperes nada más para ti un beso y ya te alejas de mí. Te crees algo muy especial; te vistes y te vas. Nada más que hablar - nada más que hablar y no vuelvas más.

Tú sabes como me gusta a mí un par de copas antes que ti. Te crees algo muy especial; te vistes y te vas. Nada más que hablar - nada más que hablar y no vuelvas más.

Relaciones Humanas en la Lluvia

16:53 5 Comments




This one goes out to the one i love
This one goes out to the one i've left behind - R.E.M

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Ella ríe
se da la vuelta
y sonríe.

Yo también río
sin notarlo
sin pensarlo.

Ella me seduce
hasta caer
en su juego,
hasta perder.

¿A quién engaño?
Mentiría si dijera
que a nadie le
gustan las drogas.
Dañan pero alegran.

Yo trato de evitarlo
pero no puedo
¿o no quiero?

En el fondo
todos queremos
estar abrazados
cuando llueve.

Chocamos las miradas
en el frio
con incertidumbre.
Ella, temiendo el derrumbe
de su palacio creado.
Yo desvío la mirada
sin admitirlo.

En el fondo
a todos nos gusta
sentir a la gente
cuando llueve.

Seis Cuerdas

23:19 1 Comments



No me gustó mucho, más, lo recomiendo. No por su narración si no por la historia misma.

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El cacharro avanzaba cruzando las calles de Valparaíso. La cara de mis compañeros denotaba preocupación. Dani, el conductor, iba con un semblante serio; más no sereno. Mario, que siempre trataba de calcularlo todo tenía la mirada perdida en el horizonte. El “Pato” intentaba calmar los nervios fumando. “Lucky” rojo, su predilecto. Éramos cuatro y, gracias al vehículo (ya prácticamente acabado) avanzábamos hacia nuestro destino. Éramos cuatro y, gracias a la maleta de la Van transportábamos nuestros sueños, nuestras herramientas para transmitirlos.

A través de las nocturnas avenidas de la ciudad porteña viajábamos. No había mucha gente a la vista y los pocos que se lograban vislumbrar se notaban pesimistas. Caras desganadas y desmarcadas mostraba el entorno.

Mi reloj disparaba las 20:58 cuando vi el destino al bajarme de la Van. Rodeamos el edificio y entramos por atrás. “MILICOS CULIAOS” rezaba un graffiti en la pared del establecimiento. Sin más, tomamos nuestras herramientas, estuches negros, e ingresamos al local.

Al entrar notamos el ambiente un poco pesado. Mario dijo algo sobre los tipos que estaban encima del escenario, creo que fue un comentario como “su bajista es buenísimo” o algo por el estilo. Escuchamos atentos, junto al resto del público, lo que el quinteto tenía que contarnos. Trovaban historias sobre esperanza y desesperanza, de actos económicos y gente que vencía al claustro del estado. Eran bastantes buenos debo admitirlo. Sin darnos cuenta nos íbamos acercando a la barra.

Mi muñeca ya marcaba las 21:04 y todavía no veía rastros de Sara. Me dijo que estaría acá por las nueve, pero nada. Ni un pelo de su cabellera roja, ni un destello de sus ojos miel. Nada. Ya resignado, le pedí una copa a Tomás, el cantinero. Este bar ha sido de Tomás por muchos años y antes de él, de su padre, y así por las generaciones hasta el primer “Tomás” que les servia cervezas a los marineros del puerto. Me caía bien Tomás. Era un tipo que tú podías contarle todas las noches la misma historia del borracho y siempre sonreía y asentía: “¿En serio Félix? Bueno yo supongo que lo diste vuelta a puñetazos, ¿no?” Era uno de esos tipos que no se aburren, listo para la pega de cantinero. Sin muchas palabras le pedí una cerveza con cuello, a la alemana. Dani me acompaño, pero sin tanta espuma como yo. Mientras mi compañero y yo degustábamos aquel brebaje y el “Pato” seguía fumando (pero ahora, del otro lado de la barra, y hablando con una niña que jamás antes había visto), Mario intentaba adivinar los acordes que tocaban los tipejos de arriba. Era un chiste verlo. Presenciábamos a un virtuoso, tal vez demasiado. Y teníamos suerte de tenerlo entre nosotros. El podría haber echo con su vida lo que hubiera querido, tenía todas las capacidades para todo lo que pudiera imaginar o intentar, pero decidió meterse con “malas influencias” como nosotros. Ja ja.

Dani seguía bebiendo, también esperando a su pareja, cuando yo me volví a fijar en el reloj. Las 21:09 –“A estos tipos les debe quedar una canción, dos como mucho”– pensé. Entonces, me fijé en el escenario y vi al vocal. Era un tipo de rulos, rubio, buena pinta. Seguramente que salió de colegio privado. Según yo, no entendía el por qué de esto. No tenía por qué estar aquí.

-“Por favor, me voy a tomar este espacio para dar un mensaje. En primera, me encanta este bar, creo que representa todo lo que nosotros queremos para nuestro Chile. No una tierra gris ni oprimida, si no libre, libre de expresar y decir lo que cada quién quiera, con muchas formas, colores y sabores. Y, en segunda idea, ya sé que la gran mayoría de ustedes estarán criticando nuestra situación económica. Desde las ropas que llevo puestas hasta el color del auto que nos trajo hasta acá. Pues bien, yo les quiero escupir en la cara y decir que en realidad no importa cuanto gane mi viejo, a qué colegios he ido ni tampoco la marca de mis instrumentos, si no lo que hay debajo de todo esto: las ideas”.

Mierda, hasta ahí, el cagón me había cachado y negado totalmente. Veamos qué más tiene.

-“Por eso, es que yo, Emiliano, les quiero dedicar esta canción a todos los putos clasistas de mierda, los que discriminan tanto para abajo, como para arriba. Y esto se llama ‘Mi tierra’”-

Comienzo a escuchar esa guitarra sorda, cruda y real. Arpegios que empiezan a ser acompañados por un bombo, y luego, por una voz raspada. Hablaban de una nación la cual ha sido oprimida, pese a que nunca abandonó su espíritu real. Pero, en la tierra de los desaparecidos y los callados, de los caídos y los maltratados, ¿cabía esperanza? Este quinteto demostraba que sí.

Termina la sonata y el reducto estalla en aplausos, rechiflas y aceptación. Estábamos felices, bastante la verdad. Si un grupo de niñitos cuicos demostraba que quedaba esperanza, nosotros, que supuestamente estábamos peor, debíamos dejarlos boquiabiertos.

Antes de que el jolgorio acabara y el aplausímetro bajara sus decibeles, subimos al escenario a instalarnos. Dani probaba los platillos, el “Pato” continuaba fumando, pero con su guitarra ya cruzándole el pecho, mientras Mario estaba ya sentado frente a sus teclas. Yo todavía estaba emocionado por el discurso del chiquillo ese, de verdad que me había tocado con sus palabras. Parado frente al micrófono, con la acústica que me caracteriza. “Esa fue una de las primeras japonesas acá en Chile”, solía decirme mi viejo. Para mí valía más que por eso, porque es fiel, y sirve como puente entre mi cabeza y mi boca. Un pedazo de madera, seis cuerdas y una voz.

-“Buenas noches a todos los engendros que han decidido osar pasarse por este queridísimo lugar. Me presento, mi nombre es Félix Hormazábal y nosotros somos ‘Sublime Violencia’. Ahora, no utilizaré más letras para describirnos si no que espero que nuestra música hable por nosotros mismos”-. Antes de acabar de hablar, trato de encontrar la mirada de Sara alrededor del antro. Un vistazo, dos, quizás tres. Nada, ni rastro de la niña. En mi búsqueda, mi mirada se cruza con la de otro ser. El vocalista de la banda anterior me mira fijamente a través del aire, sentado cerca de la barra. Una sonrisa, y eleva su trago.

-“Y, no quiero soltar este micrófono sin pedir un gran aplauso para la banda que nos antecedió, el reconocimiento que se merecen estos cabros debería ser enorme, ya que representan el espíritu rebelde e intransigente de esta nueva generación”-.

Más aplausos y vítores llenaron la atmosfera. Una sonrisa del lado del escenario, una sonrisa de la barra. Y comenzamos a sonar.

Lo primero es una canción que habla de la propia revolución, que va por dentro. La revolución del arte. Venzamos el candado impuesto a nosotros al nacer que nos ordena a no expresar, o a hacerlo dificultosamente. El arte, señores, el arte es la puerta que libera las expresiones. A través del arte quemamos ciudades, construimos independencias y manifestamos libre albedrío. Y la nota final queda sonando en el aire, mientras estallan las voces de aprobación.

Feliz y un poco exaltado miro a mis compañeros. Están felices, esperando; a que dé el golpe seguramente. Para allá vamos, pero primero, necesito verla. Sentir su presencia, por lo menos. Con eso solamente me basta.

Las luces iluminan completamente el escenario y logro distinguirla. Ahí, entre medio de esos borrachos enardecidos y pseudos comunistas, entre los literarios de la época y revolucionarios actuales, ahí está ella. La llamarada de mi pasión. Levanto mi muñeca y busco los números entre la oscuridad del escenario. 21:23 -“23 minutos atrasada, que vergüenza”- pienso para mis adentros.

-“Me alegra que les guste, aprovechando el envión acá les va otra, directamente desde este encerrado mundo que llamamos Chile. Se titula ‘Ella espera’”

Comienza con una de Mario, golpea las teclas suavemente-duro. Como si fuera lluvia. No una lluvia tierna, si no que la sientes, pero no te daña. Te golpea, pero no te hiere. Luego el “Pato” y unos armónicos que crean atmosfera, bajan las luces y mi apertura.

La historia de una dama que se enfrenta a la desolación de que su amado partió, que quizás no vuelva. Incertidumbre, quizás que le pasó, se lo llevaron ¿lejos? No lo sabe. Quizás esté a dos cuadras de su casa, amordazado sin poder hablar, sin poder gritar. Ella no lo sabe, y se desespera, llora. Más, ella recuerda sus palabras. “Acuérdate, que cuando caiga, tú serás fuerte. No te dejarás caer, ni roer; te sentirás con un temple intachable. Más que por tu honor ni el mío, por los ideales, que van más allá de tu carne y la mía, más allá de tu recuerdo de mí.” Ella es fuerte. Sabe que afuera hay un mundo esperando por escupirle, gritarle y matarle. Ella es fuerte, no se deja caer… no se deja roer.

-“… se fuerte, Sara”-.

Aplausos y risas, más, yo la observo. Ella es fuerte, se mantiene. Le sonrío. Ella me devuelve el favor. El “Pato” prende otro cigarro, se me acerca y me dice:

-“Félix, ‘tamos en la hora. Desde abajo Tomás nos dice que nos bajemos por lo del toque. Toquemos una y nos vamos”.- Verifico mi reloj. 21:51. Estamos justos.

-“Que sea ‘Ideal’, entonces”- le respondo. Él asiente. Le dice a Dani mientras Mario asume. Contamos; un, dos, tres. Y el caos se apodera de nuestras almas y cabezas.

Una batería veloz destroza el aire, y se le une inmediatamente la guitarra arrasadora. Mario crea ambiente con unos acordes justos. Presionando a este sistema, presionando a los contemporáneos.

¿Estás ahí? ¿Me escuchas? Bien, no me gusta hablar solo. Dí mi nombre, ¿no puedes? ¿Escúpeme en la cara, quieres? Soy la opresión y te vengo a acabar.. Yo sé que piensas, pero también sé que no tienes medios. No lo haces, no por que no quieras, si no porque no puedes. Y estás ahí, impotente. ¡Vamos, levántate y pégame!

Pausa… caos.

Sí, sí puedo acabarte. Eres un ente creado por nosotros mismos. Tú estás ahí porque nosotros lo decidimos, si no, te sacaríamos. Sí, puedo pensar y razonar. Sí, puedo palabrear y basurear. Sí, puedo aburrir y descubrir. No, no tengo medios. No, no tengo tiempo. No, tú me cierras las puertas. A veces, y sólo a veces, las cosas son mucho más simples de lo que parecen. Mientras tenga seis cuerdas y mi voz, se escuchará mi canción.

De repente, nuestra música y la atmósfera que abunda en el lugar es cortada por una sirena. Unas puertas se abren de golpe, por atrás y por delante. Gente gritando, mesas dadas vueltas. Alcanzó a ver para atrás en el momento en que Dani se tranza a golpes con un uniformado. Mario se para sin comprender y trata de ayudarlo. “Pato” perplejo.

Miro hacia la barra. El tipo de los rulos era llevado contra su voluntad hacia fuera del local. Tomás estaba en una discusión verbal calentísima con un paco, seguramente alegándole que aún no era hora del toque de queda. Y en ese momento, la veo. Está con sus ojos clavados en mí. Esperando, seguramente. Tomo el micrófono y pienso: “No la defraudaré”.

-“Compañeros, recuerden bien esto. Mientras tengamos una voz y Seis Cuerdas, podemos gritar nuestras ideas en la cara de quién se niegue a escucharlas”-. Entonces, un golpe por la espalda, el frío de las baldosas y la oscuridad.