Un Mundo Infelíz.

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Tiempo sin actualizar, no sé, no me motiva subir cosas si nadie lee. Me siento como haciendo un monólogo ...

Nagasaki antes de la explosión

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Un Mundo InFelíz

Al fin llega el timbre de las siete, el término de una jornada escolar. Todos recogemos nuestras cosas y nos vamos, acabó esta monotonía diaria. Siyu me ataja en la salida del salón B-7 del Liceo para Hombres de Nagasaki.

-¡Hey, Ryuzaky! ¿Qué te parece si vamos al Parque Central? Podemos llegar a tiempo para usar la cancha, igual que el jueves pasado –pero ya sabía de antemano que esa oferta me era inmune-.

-Disculpa Siyu, para otra será.

Dejo a Siyu con cierta incertidumbre mientras me adelanto al pelotón de alumnos que van intentar dejar la sala. Me inserto en las vivas calles de un primaveral Nagasaki, el problema de la guerra sigue latente en las mentes de muchos nacionalistas y ciudadanos, aún así se respira un aire nuevo… como de cambio, quizás extremo para una ciudad conservadora. Sin preocuparme mucho de todos estos asuntos políticos y militares, me dirijo hacia el Instituto de la Santa Piedad.

El Instituto en si, es un edificio tosco, en medio de nuevas construcciones. Data del siglo pasado, por ende, es como una monja en medio de científicos, fuera de lugar y horrible estéticamente. Pero, en él yace mi amada.

Oh, Amane, la joven de los cabellos dorados, la de la dulce voz que asemeja a un susurro de cedro en el medio del temple voraz de la tormenta de tundra. La conocí hace un par de meses, creo que unos siete. Desde la semana pasada que estamos saliendo en estas especie de citas casuales. Estoy demasiado feliz con ella, me hace volver a sentirme vivo. La requiero, constantemente delirio al no tenerla y tocarla, sentirla. Afortunadamente… terminó esa espera, por lo menos, momentáneamente.

Llego al recinto, parece que salieron hace poco de clases, me anoto mentalmente preguntarle a Amane a qué hora termina sus lecciones diariamente. Veo un par de chicas cuchichear cerca de mí, aún así me mantengo al margen, apoyado en un poste. De repente, la diviso entre la estampida de estudiantes.

Venía con su uniforme (como era obvio), una teñida no menos excitante, su pelo, largo y rubio reposaba sobre su fina espalda, y su figura era resaltada con una bellísima sonrisa.

-¡Ryuzaky, qué tierno haberme esperado!

-Los caballeros suelen hacer cosas así, supuse que tendría que imitar a alguno.

-Jaja, siempre tan gracioso. ¿Qué te parece si vamos al monte Hagi? –Me pregunta ella- A esta hora ya no alcanzamos a hacer nada más que ver el atardecer, además con todo esto del toque de queda –el bendito santo y seña de esta nueva época, la fastidiosa alarma para volver a los seguros hogares-.

-De acuerdo, pero para la siguiente mi voto es para un café –agrego.

Caminamos juntos un par de cuadras. Hagi es un famoso monte en toda la región, ya que cuenta una leyenda antigua que ahí se creó la primera espada, desde los mismísimos dioses de la montaña, patrañas de antaño. Al principio, íbamos caminando juntos, sin ningún contacto más que nuestras palabras que rozaban el aire que nos comprendía. Pero, de improviso, una carreta pasó a toda velocidad por la esquina, casi agarra a Amane en su desaforada carrera pero, por suerte, logré retenerla sosteniéndola por la mano y asiéndola hacía mí. Pasamos un gran susto, desde ese momento no le solté la mano ni ella a mí hasta que llegó la despedida.

Al arribar al monte nos dimos cuenta de algo, que la belleza y sencillez (sintetizadas) no tenían límites. La inmensidad de un simple pedazo de tierra, roca y minerales, surcado por los años y el desgaste, todo aquello contrastado por un sicodélico atardecer rasante nos dejaba atónitos. No necesitábamos palabras para expresar lo que estábamos viviendo, era como si ese único momento nos valiera por el resto de nuestra existencia, como si hubieran estallado doscientos soles y nunca su irradiante fuerza pudieran dañarnos, éramos invencibles… éramos dueños de nuestros propios pensamientos y sentimientos.

Llegó la hora de irnos, lo noto ya que la gente comienza a desaparecer de las calles. Me apeno, antiguamente a esta hora uno podía seguir viendo a niños jugar por las plazas, equipos practicar para las temporadas venideras de sus deportes preferidos, guerra de mierda y tu puta injusticia incondicional e indiscriminada.

Me levanto y la ayudo a incorporarse. Pareció un transe todo el tiempo que estuvimos sentados contemplando aquel gigante de granito. Comenzamos a caminar, y junto con nuestros pasos, una refrescante brisa. Más que refrescante, helada, demasiado para primavera. Mal presagio. Adelantándome a la situación, me saco mi chaqueta y se la sedo a mi acompañante de plata. Al dejarla en su casa… ella no sabía que dentro de la chaqueta había una carta. Antes de que la despidiera en su puerta me dijo que mañana se iba muy temprano a Nigata, por lo que no la iba a ver en una semana, le dije que se quedará la chaqueta hasta ese entonces.

Después de aquel episodio camino hacia mi casa, que queda al otro extremo de la ciudad, hay toque de queda, pero me siento con suerte. Comienzo a recapacitar acerca de mi situación y me doy cuenta que realmente estoy viviendo bien, mientras la tenga a ella, mi protegida y ángel guardián simultáneamente, estaré bien. Lo sé.

Al día siguiente una luz mortecina me acuchillo por la ventana. Era sábado, 11:43 de la mañana, así que no tenía clases, pero mi madre me pidió que fuera a buscar a mí hermano pequeño, Kogy, a su particular de arte. Sin más, me ducho y parto hacía la academia.

Era una despejada mañana, radiante de vida, lista para que uno descubriera todas las oportunidades que entregaba. Cuando estaba a un par de pasos de la academia, contemplo una extraña figura en los cielos, una especie de punto. Luego, los aires se tiñeron de blanco, un blanco como de vacío y muerte, las sombras nunca volvieron a proyectarse, y un estridente sonido destrozó nuestras pieles dejándonos inanimados por siempre en la eternidad de nuestros escombros.

Ahora, me pregunto si habrá leído mi carta después de aquella noche, o, si siquiera la vio antes de aquella explosión.



El 9 de Agosto de 1945 se lanzó sobre Nagasaki la segunda bomba atómica. El bombardero estadounidense “Bockstar”, en busca de astilleros, divisó la fábrica de armas Mitsubishi. Sobre ella, dejó caer la artillería aérea “FatMan”, la cual dejó una cifra de 140.000 personas muertas, entre civiles y militares.