Emilio
Me apesta ese tiempo de gente. Se creen los dueños del mundo solo porque miden 1.87 y son atléticos, claro, pero si les pones un test de cultura general se cagan enteros. El tema no es que odie a Renato específicamente, es más, me atrevería a decir que es mi culpa que no seamos "compatibles"; digamos que mi desdén viene por un ámbito más general, odio su biotipo de persona. Un tipo que piensa que tiene todo asegurado, que su viejo le va a pagar una carrera en una privada (en lo que será, seguramente, el sucesor de su empresa) y su única preocupación es si se agarra menos de dos minas el viernes por la noche porque, oh dios mío, como el Renato Urzúa se va a agarrar menos de dos poh' hueón. Un petulante que trata de demostrar que cuando aplastas a alguien te engrandeces tú, aunque este muy equivocado moralmente.
En fin, ése es Renato Urzúa, el Rena, y la verdad; contra su persona no tengo nada. Pero el tema es que se mete en mi camino o, más que él, su dama me interfiere. Rocío, oh Rocío, no sabes como me cambiado la forma de ver el mundo. Rocío Olavarria es una mujer segura, quizás demasiado segura, esa esa la imagen que demuestra. O quizás demostraba esa estabilidad, hasta esa noche.
Era un viernes cualquiera, estábamos terminando las clases. "Sí, nuestro protagonista es un simple (o quizás no tan simple) estudiante". Yo sé que a Rocío no le había ido bien (escuché que a su viejo le dio una enfermedad; además de sus notas, supongo yo) pero igual salía, y harto. Claro, en el carrete todos cambiamos, nos transformamos en otras personas con otras costumbres y otras actitudes. El ambiente nocturno tiene unas cosas mágicas que si fuera un poco más racional (o quizás, simplemente, serio) las escribiría en una especie de ensayo.
En fin, estaba yo en una casa ajena, echando la talla como si nada pasara con un grupo de personas que no vale la pena mencionar, cuando entra ella de la mano de Renato. "Maldito infeliz -pensé-, seguramente, la hará sufrir". Tragos más, tragos menos; y en una hora ya estaba yo a sus espaldas, a fuera de la casa, escuchando su sollozo. Los había visto pelear, me había hecho el hueón. La había visto gritarle, reí por dentro. Y, también, ví la escena en que la mina salió sollozando del lugar, ocultando su cara, mientras el pedante imbécil ese no hacía más que reírse con sus compinches.
Cuando me acerqué, ella pensó que yo era él.
- Ándate, concha tu madre -me gritó sin si quiera verme.
- Si quieres me voy, pero te aclaro que no soy concha mi madre, nací por cesaria.
- Ah, Emilio -me dice Rocío, secándose las lágrimas con la manga de su chaleco-. Disculpa que te trate así, juraba que eras el Rena.
- Si, yo igual lo trataría así.
Está ebria, lo noto. Ella me mira, pero su mirada no es fija, trata de sonreír pero no puede. Seguramente trato de tirarle una talla fome, ella se ríe por compromiso más que por gracia. Seguimos un rato así, fijo, mirándonos.
Silencio incómodo.
Vuelvo a verla y esta con los ojos cerrados, la busco; ella responde. Nos quedamos así, con ese beso, un par de segundos. Debo admitir que Rocío me sorprenda, sus besos son exquisitos, me dejan en la altura incluso un par de minutos después de habernos separado. Ahí noto que está sorprendida. Quizás, no era lo que esperaba. Quizás, no era lo que quería.
Rocío
Sabía que no tenía que salir con el 'Rena' o, por lo menos, no venir con él para acá. Siempre que sale con sus amigos y conmigo, me termina dejando botada y, la verdad, en estos tiempos no estoy para eso. Necesito que me apoyen, no que me dejen sola.
Al entrar a la casa noto al tiro a los que andan aquí. Tipos como el 'Chalo' Ramírez, el Emilio González o Jiménez. De las mujeres no cacho a muchas, deben ser amigas de la dueña de casa. En fin.
Al principio obviamente estoy con Renato (lamentablemente, también con sus amigotes). Sigo con él hasta que ya noto que empieza a tomar más de la cuenta; no es que yo no beba, igual tomo con él, pero no de esa manera. Cuando veo que la cosa se empieza a despilfarrar, me voy con las damas que están por el otro rincón de la pieza. Al levantarme de la mesa pierdo un poco el equilibrio, esperando que nadie lo haya notado miro por la habitación, todos enfrascados en sus conversaciones, todos excepto Emilio. Nunca he entendido bien a ese hueón, yo creo que le gusto.
El asunto es el siguiente: sí, me curé; tomé más de la cuenta. Sí, él fue un maricón; anduvo hablando mal de mí con sus amigos ¡y conmigo ahí mismo! En fin, siempre pensé que el imbécil era un cabeza de músculo, lo que tengo que reconocer era que no era como los de su tipo en la cama, no era bruto, sabía como hacer la gracia. En fin, cuento corto, me puse sentimentaloide, le lloré un par de estupideces en su cara y en la de sus amigos y salía corriendo de ahí, hacia el patio.
Ahora estoy sentada en este húmedo pasto, sollozando todavía, cuando escuchó un par de pasos, se acerca mucho. Le grito fuerte.
- Si quieres me voy, pero te aclaro que no soy concha mi madre, nací por cesaria -me responde. Ahí noto que, obviamente, no es Rena.
- Ah, Emilio -puta, ojalá que este hueón no cache que ando con la depre-. Disculpa que te trate así, juraba que eras el Rena.
Discutimos un poco acerca de el tipo este, noto el desdén que le tiene ¿Envidia?. Quizás. El punto es que me hago la hueona, yo sé que el me quiere comer, la verdad sí que estoy borracha, pero no creo que sea una excusa válida ¿despecho?, quizás sea mejor que la primera opción ¿no?
Hay un momento, en el que dudo, se me cierran los ojos y me pongo dubitativa. No alcanzo a reaccionar y ya tengo la boca del tipo este encima, pegada a mis labios. La verdad, me veo sorprendida, pero nunca malagradecida. Empiezo a besarle como sé que le gusta a los hombres, jugando un poco con la lengua, labios de arriba y abajo, un poco coqueta con los dientes, sí, estas mañas son fáciles de aprender.
La cosa es que en cierto momento nos separamos, y quedo sin aliento. Él nunca adivinará por qué, la verdad, es que al alejar nuestras bocas, mi cuerpo (o, quizás, más que mi cuerpo) pedía más de aquello. Fue entonces que escuche la voz de Renato, la escuché atenta mientras veía la mirada sorprendida de Emilio.
Renato.
La Rocío anda super rara últimamente, de verdad que no la entiendo. No sé si andará en su periodo o habrá cachado alguna hueá; ojalá que no le hayan contado la volaita con las morenas en Punta del Este si no, pa' la casa Don Rena.
La cosa es que la pasé a buscar temprano, para que conversáramos en el jeep. En vez de meternos en sus rollos, ¡empezó a criticarme la minita! Increíble. Me decía qué por qué veníamos a un carrete donde iban a estar mis amigos, que a ella le aburrían los cabros, blablabla, estupideces. Al final preferí optar por un simpático "sí mi amor, tienes razón, para la otra la hacemos a tu manera".
Llegando al lugar cacho al tiro que está bueno el ambiente, están los tipos que tanto les molestan a la Rocío y un par de pernos también, hay harta mina también, deben de ser amigas de la Flo, que es la dueña de casa.
-¡Wena, Rena! ¿Cómo está mi perro?
-Aquí nomás poh' Soto, vine con la Rocío.
-Hola cabros -responde ella sin ganas.
-Hola -le responden ellos con igual desdén. Se nota que entre ellos no fluye la cosa.
Me siento en la mesa con mis compinches y comenzamos a beber. Invito también a la Rocío "No quiero que te aburras, amor" le susurro. "Muy tarde", me refriega.
En cierto momento, cuando ya veo que la cosa no aguanta más (y la verdad, mi cuerpo tampoco) caigo en el quizás, más grosero error de la noche.
-Sí poh', como el viejo de la Rocío, más muerto que ese otro.
No alcanzo a alzar la vista para ver la expresión de Rocío, cuando ya noto que la cagé. Ella sale foribunda por la puerta que da al patio, y yo me paro para ir a buscarla cuando noto la risa de mis compañeros. Encrucijada. Caigo bien con los cabros o con esta mujer. Solo, atino a reírme.
Me quedo tomando en la mesa hasta que de verdad me costaría pararme y, en efecto, no lo intentaría, de no ser que no noto que Rocío vuelva. "Pa' mí que anda puro maraqueando esa otra" Risas de mis acompañantes. Puta que se siente rico sentirse querido.
Voy acelerado al patio y la noto de espaldas a mí, pero veo a ese otro imbécil de González sentado enfrente de ella, mirándome.
-¿Qué hueá estaí haciendo? -le grito mientras me acerco, apretando los puños.
-Nada -respondes ambos, al unísono.
-Nada te voy a hacer yo -le digo al flaco mientras lo levanto con los puños.
-¡Suéltalo hueono! -me grita Rocío.
-Tú lo pides -después de decir esto lo tiro hacia la piscina que había cerca. Por el sonido del agua o no sé si por mi risa estridente, la gente empieza a salir de la casa para cachar qué pasa.
Rocío me empieza a pegar en el pecho y a gritar cosas que la verdad no puedo escuchar (¿o no quiero?). Cuando veo que se empiezan a acercar mis compañeros de adentro, ya es demasiado tarde. El imbécil de González está al lado mío, y con algo entre las manos. No alcanzo a decir más.
-¿Qué tienes ahí...?
Emilio comienza a golpearme con el objeto a la altura del abdomen, primero lo siento caliente, bastante. Cada estocada se siente hirviendo, hasta que retira el objeto de mi carne. Antes de caer al suelo, logro ver el reflejo de mi sangre en su cuchillo.
Ahora lo veo desde el piso, veo un poco borroso pero sigo observando. Veo como mis compañeros lo han desarmado y cómo lo están acabando y escucho algo... un llanto. ¿Será Rocío? ¿Será por mí? ¿O por él?
Pandemia
-
Ahora mírame de lejos
y de reojo
si te acercas
que tus ojos apunten al suelo
contén la respiración
circula rápido
mantente distante
controla cada movimiento
...
Hace 4 años.
2 Posteos. Opina acá.:
Genial.
Si vas a leerme (lo que espero) te recomiendo otros cuentos... éste está por debajo del nivel D:
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